Tu puerta

Llevo meses sentado ante tu puerta sin atreverme a tocar. He pasado fríos, calores, inviernos e infiernos de ambos hemisferios y no he podido acercarme. Hay un campo de fuerza como un perro rabioso que cuida tu entrada. Hay también un miedo brutal a que me observes por la mirilla, aunque las lágrimas no se noten entre las ondas distorsionadas y siluetas torpes.

Me acostumbré a imaginarte tras esa ventana del segundo piso dibujando. Tal vez escribiendo o armando un rompecabezas. Posiblemente viendo una película dentro de espectro "arte" o algún ánime que te rete y que a la vez conviva con tus fantasmas que sé que también tienes.

Un nuevo intento: subo el primero de dos escalones, la primera montaña de una cordillera. Me detengo al ritmo de los temblores de mi cuerpo provocados por lo prejuicios ajenos, por una cordura que no invité, por miradas de personas que no están presentes y por las voces que me regañan y a la vez me regalan todas mis frustraciones.

Retrocedo sin dejar de mirar la puerta que separa lo que soy de lo que deseo. Tropiezo y se escapa el barandal de mi brújula táctil y de mi tercera dimensión. Quisiera que me sostuvieras, pero a falta de ti se abre un barranco a mis espaldas creando un vacío que me succiona como un hoyo negro. Caigo boca arriba jalado por una gravedad más pesada que la terrestre hasta que mi cabeza choca contra el suelo. Abro mis ojos ya ciegos por la luz del Sol que no pude evadir y por el intenso arcoíris en las pupilas fomentado por mi llanto. Noto que esto pasa todos los días.

De nuevo oscurece y se enciende la luz de lo que creo que es tu habitación o como le llamo yo: donde ocurre la magia. Conecto con tu mente y sé lo que piensas: quieres que llame, que toque, que arroje piedras a tu ventana, que te cante, que escale, pero sabes, como yo, que no me atreveré. Mejor pones música que alcanzo a escuchar, a sentir y a tararear en sintonía contigo.

Es un nuevo día y hay algo diferente: hay una nueva puerta más parecida a la que resguarda un bóveda y sin mirilla. Las cortinas que insinuaban tu asomo y curiosidad ya no se mueven. Horas después no hay luces tenues ni brillantes, y mucho menos queda telepatía o conexión. Parece que es tiempo de irme a mi rincón de conciencia en donde radica la razón, aquella culpable de hacer imposible lo que la locura demanda a gritos por hacer realidad.

Vuelvo a casa más flaco y muy cansado, conformándome con recuerdos: elegiste esa mesa y después, las palabras exactas que me estremecieron. No fue solo tu cara bonita, tu cuello erguido, tus pecas, tu juventud ni tu voz grave e hipnotizante que no hace juego con tu complexión: fue la charla manifestada en balazos que perforaron mi cuerpo, mi alma, mi espíritu y la propia confianza en mí mismo.

Noté poco a poco cómo mis palabras iban a la deriva durante mi turno de conversar. Noté, sin poder hacer nada, cómo me trababa y cómo mis ideas divagaban, aunque sin aires de grandeza ni querer impresionarte, pues con un impresionado era suficiente.

¿Qué tienes que pudiste sacudir mis actos cotidianos? ¿Qué hiciste para que quisiera cambiar mi rutina hacia algo mejor y algo poderoso? ¿Me invitabas a parecerme a ti? ¿De dónde sacas tanta virtud de un envase tan joven, aparentemente endeble y evidentemente inexperto?

Estoy seguro de que te acercaste por un encargo divino como una misión casi celestial y creo que al fin desaparecerás. Después de todo esa es la típica conducta de los ángeles: sacudir nuestros cimientos para nunca más volver...

...pero si decides volver, y todo se aliena, yo sería feliz contigo.






Comentarios

Entradas populares de este blog

El oso polar

2:00 AM