El oso polar

Es curioso que haya peluches, dibujos animados y hasta largometrajes infantiles inspirados en el depredador más importante del Ártico. Emblema navideño para decorar aparadores, para encender el árbol urbano y para presidir desfiles. Será por el amor y ternura que transmite el oso polar.

Manifiesta la ambigüedad: juegan lo bello y lo violento. Sin embargo prevalece la imagen de lo bello como un "lado A", que tal vez porque es lo que necesita ver el mundo hoy en día. "Bi-polar": algo de gracia me provocó este infantil juego de palabras.

El blanco perfecto del oso polar parece ser solo una idea por asociación con la nieve. Su pelo, que cubre capas de grasa y una piel más bien negra, cobra por lo general un aspecto más sucio, ya sea por la mugre o por la sangre propia o ajena.

Alma viajera por instinto de supervivencia. Es amenzado por pocas otras especies o por la misma hambre, pues necesita sesenta focas al año para sobrevivir. Sobre tierra templada, consume y ama las bayas, carentes de grasa e inútiles para satisfacer su apetito, el cual, cuando no hay alternativa, es saciado a través del canibalismo.

Los veranos son cada vez más largos, que ya nada tiene que ver con las fechas: sube la temperatura, la comida escasea y su mundo se reduce. Su habilidad como nadador se hace imperativa para buscar tierra firme, pues no queda hielo. Es una prueba de adaptación forzada; es la evolución en el mismo presente y ante nuestros ojos.

La soledad en un ambiente tan inhóspito debe ser dura; más cuando te estás quedando sin hogar. "Sin techo", dijéramos los humanos. "Sin suelo", dijeran los osos polares.

Nunca he visto un oso polar en vivo, con sus casi tres metros de altura y garras intimidantes. Mi mente cree haber visto uno en un acuario hace décadas, pero también vi a otras extrañas criaturas a través de la televisión o en sueños. Entonces, ¿dónde está el límite entre lo real y lo fantástico? No; nunca he visto uno, pero tampoco a un unicornio.

Por eso para mí es un animal fantástico. Uno que me parece ajeno a esta época o ajeno a una mal llamada "normalidad". Quizá por eso esa dicotomía que provoca abrazar a una criatura capaz de de despedazarnos con un movimiento sutil. Quizá por mi deseo de querer reparar su hábitat y que, a diferencia de lo que podamos construir los seres humanos, está en manos de las consecuencias naturales y no de la naturaleza misma.

Los animales salvajes están en peligro. ¿Por qué éste en especial es tan conmovedor si los estamos matando a todos? Es un proceso de conversión a mártir.

Lloré varias veces en cada encuentro virtual mirando sus ojos; mirando más de un cuerpo desnutrido y, entre tanto azul, ausencias de esperanza y de tierra firme a la cual asirse. Hablar del oso polar es hablar de la jodida conducta humana. Quizá sea mi homenaje. Hoy, adulto, quiero tener un peluche otra vez; esta vez un oso, el cual seguramente será un reliquia en un futuro próximo como quien tiene un unicornio o un dragón, porque hoy, estas líneas huelen a despedida.


Música recomendada: "El Dolor del Agua", Nacho Cano.


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